Los premios “Princesa de Asturias” engrandecen a Oviedo. No sustentan la Corona; al contrario, es la Corona quien sustenta a los Premios, pues no vienen a aprovecharse de la ciudad, sino a enriquecerla con los valores más nobles de la Humanidad: la concordia, la ciencia, la cultura, el progreso, la solidaridad. La capital del Principado está en deuda.

Gracias a los galardones, Oviedo ocupa una posición universal que es patrimonio de todos los vecinos. Hoy no es posible entender la ciudad sin los Premios. Vetusta ya no es solo la heroica capital de la Regenta, el arte Prerrománico y la Cámara Santa; también es la ciudad de Woody Allen, Mafalda y el Teatro Campoamor. La integración de los galardones en la vida local es tan profunda que no puede ser dañada por ninguna contingencia.

Hablar de premios en el mundo, es hablar de Estocolmo y de Oviedo. Aquí se dieron la mano Isaac Rabin y Yaser Arafat, en una foto que dió la vuelta al mundo como símbolo de la paz. En Oviedo nos regalaron un encuentro inolvidable Almodóvar y Paul Auster, y bailaron juntas “El Lago de los Cisnes” Maya Plisetskaya y Tamara Rojo. En el lejano 85, el poeta ovetense Ángel González también dijo algo que quiero recordar “la Corona supo entender, estimular y defender cuando fue preciso las mejores aspiraciones de su pueblo; una actuación impecable que merece el respeto y la gratitud de todos nosotros”

La capacidad de atraer a las personalidades más brillantes del mundo es un privilegio reservado a muy pocas ciudades. Esto no lo ha entendido la izquierda radical. Quien introduce los Premios Princesa de Asturias el debate de la monarquía o la demagogia del gasto, entienda la cultura con “K” mayúscula. Acudir a la Escandalera para tratar de sabotearlos es lo más parecido a la quema de libros medieval. No dañan solo a Oviedo; quiebran también los valiosos mimbres invisibles que sostienen la sociedad

 

Luis Zaragoza

Concejal en el Ayuntamiento de Oviedo